Por: c. Cesar Peirano

Compañeros y Amigos:

Rodrigo Franco Montes de Peralta, fue un martir del aprismo, asesinado vilmente por Sendero Luminoso el 28 de agosto de 1987. Fue ex-alumno de la Pontificia Universidad Católica del Perú y merece ser recordado por nuestra comunidad universitaria en la Plaza de la Memoria PUCP, donde se honra a todos los ex-alumnos asesinados y desaparecidos en los años del terrorismo de Sendero Luminoso.



Los invito a leer un resumen de los artículos del periodista César Campos (http://cpeirano.blogspot.com/2009/11/una-placa-para-rodrigo-franco-en-la.html) , amigo y compañero de Rodrigo Franco, y a dejar un comentario (a modo de apoyo) para solicitar a la PUCP nos permita perennizar en la memoria colectiva el nombre de un gran compañero y martir del aprismo.

Por: Manuel Fuentes Rivera R.

Para todos los que tenemos 20 o bordeamos los 21 años, los recuerdos de la caída de ese muro son, en su mayoría, televisados. Por lo menos a los sudamericanos que regresábamos a la democracia y veíamos, muchos años después, como una retahíla de ladrillos y concreto, caía como el lego desparramado sobre el suelo de nuestro espacio de juego. Sin embargo, no sólo era la algarabía germánica, había algo más que eso.

Sorprende las primeras líneas y es que me dirijo a los jóvenes en esas edades, nosotros, y me incluyo, nacimos el mismo año que cayó el muro. Personalmente, yo nací unos días antes que miles de alemanes se trajeran abajo esa gran pared, y lo digo literal y figurativamente —no me imagino a Helmut Kohl o Angela Merkel, a quién Chávez llamó nazi, con marros y cinceles—, y es precisamente, 20 años después que puedo apreciar como si se tratara de una epifanía, la magnitud de dicho suceso. Dicen por allí que la consciencia sólo viene con los recuerdos.

Y es que el Berlín maurer separaba más que dos territorios, separaba naciones, familias, vidas. Este se extendía por 45 kilómetros, que muchos trataron de sortear, pereciendo en el intento. Semanas antes de la caída de este caían también a pedazos, los residuos de la Unión Soviética y con ello, el sueño comunista que se desbarataba. Justicia poética podrán decir algunos. Días antes de la caída, Mikhail Gorbachov enunciaba la perestroika, una suerte de reforma estructural económica que ponía fin a la era del capitalismo de estado ruso.




Haya de la Torre ya lo había previsto, es por eso que para los apristas este suceso reviste especial consideración, entre tantas razones, como lo es, la unión de las pueblos. Sus características como visionario le permitieron determinar que el régimen comunista, sus ramificaciones y todo aquello que significaba; acabaría tarde o temprano, destruido, colapsado, absorbido y en algunos casos, tranzando con la apertura económica. Y es que, las libertades son fundamentales, es muchísimo más loable construir puentes que unan a las personas que muros que las separen y distancien.

Es incomprensible además, como muchos de los jóvenes a los que me referí líneas arriba, cual taumaturgos en busca de su opus magnum traten de revivir o emular, vergonzosamente, al golem del comunismo o quizá una suerte de marxismo congelado (comunistas criollos, les llamaba Haya de la Torre). Ahora existen muchos otros, que enarbolan las mismas consignas frenéticas de violencia y autoritarismo, sólo que ahora las ocultan bajo las más disparatadas propuestas.



Y ciertamente había más que algarabía germánica. Se sucedía la manifestación de una todo un pueblo, se celebraba el fin de esas hostilidades soterradas, silenciosas. Se reunían los amantes separados casi una eternidad; los habitantes de las naciones que habían sido absorbidas por la otrora Unión Soviética, sin más, dejaban sus pertenencias y partían a todo ese nuevo mundo democrático que se mostraba ante sus ojos, antes prohibido. Se comprobaba eso que decía Christian Rosenkreutz, ‘Germanía’ llevaba ese nombre, ciertamente porque era, la tierra de la hermandad.